Tenemos suficientes antecedentes para ver en la “puerta abierta” la oportunidad de extender el evangelio por medio del testimonio personal y la predicación.
A lo largo de la vida nadie se libra de tener que enfrentar situaciones de todo tipo. A algunas de ellas llegamos a conocer bien, por lo repetidas. Tanto, que en la práctica, obramos de memoria; nos comportamos ‘como de costumbre’.
Al conducirnos así, nos creamos el hábito de seguir adelante sin detenernos a preguntar por qué razón pasa lo que nos pasa. En vez de averiguar la raíz del problema; preferimos poner parches a sus consecuencias hasta naturalizar esa conducta. Cuando alguien nos lo señala, nos justificamos diciendo “esto es lo que hay”.
Si, en lugar de ello, imitásemos a las personas que buscan respuestas descubriríamos que hay en ellas imágenes simbólicas que nos son comunes a todos. Por citar solo una, quizás la menos pensada pero la más asidua, la puerta. Sea que falte, que esté cerrada, entreabierta, abierta de par en par; o sea insegura, esté descuidada o rota por falta de mantenimiento, o carezca de llave, toda puerta es un elemento insustituible tanto en nuestra vida privada como pública.
Esta realidad ha sido plasmada por no pocos creativos que alcanzaron el éxito al dedicarle a la puerta obras de arte, composiciones poéticas y musicales. 1
La puerta es, en la Biblia, un elemento altamente significativo en los eternos propósitos de Dios.
Se la cita más de 500 veces en 46 de sus libros. Toda puerta tiene un sistema para abrir y cerrar, comúnmente llamado ‘cerradura’ y que en la antigüedad se llamaba ‘cerrojo’.
El Antiguo Testamento es donde más se menciona a la puerta. Y, respecto de la llave, el profeta Isaías habla de “la llave de la casa de David.” 2
El Nuevo Testamento nos habla de Jesús de Nazaret cuando se presenta a sus discípulos diciendo “Yo soy la puerta”. 3 En el caso de la carta a la iglesia en Filadelfia, como vimos en nuestro artículo anterior el Señor se le presenta como “el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”. 4 Acto seguido revela: “he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. 5
La perfecta unidad que caracteriza al texto bíblico nos muestra la sólida coherencia existente entre la realidad histórica y la Revelación divina. Aquel joven ungido como rey de Israel por tener su corazón conforme al de Dios, marcó la genealogía real heredada por Jesús, a quien la multitud vitoreó como ‘Hijo de David’ al entrar él en Jerusalén, donde sería crucificado. 6
¿Qué significa esta relación entre ‘la casa de David’ y Jesucristo?
Es evidente que el Señor envió al profeta Isaías para anunciar a Aquél que vendría siglos después a cumplir con el oficio delegado por el Padre en el Hijo. El Mesías, el enviado de Dios, tuvo el nombre Jesús porque solo él venía a salvar a su pueblo de sus pecados; y si eso fuese poco, también lo llamaron Emanuel, por estar Dios con nosotros.7
Tenemos suficientes antecedentes para ver en la “puerta abierta” la oportunidad de extender el evangelio por medio del testimonio personal y la predicación. Así lo indican los apóstoles cuando llevan este mensaje a los gentiles extendidos en el territorio dominado por el Imperio Romano. 8
Aplicando a Filadelfia esta interpretación dada por los apóstoles a ‘la puerta’, podemos decir que como recompensa por el fiel servicio que la iglesia había llevado a cabo a pesar de sus pocas fuerzas y recursos, sería bendecida con la posibilidad de un servicio mayor. Y, por extensión, esta misma palabra puede aplicarse hoy a las congregaciones pequeñas que son fieles al Señor en lo poco. 9
Por supuesto, el diablo intentará cerrar esa puerta, pero la llave la tiene el mismo Señor Jesucristo y nada ni nadie puede oponerse a lo que Él hace.
Los creyentes en Filadelfia habían guardado la Palabra del Señor; habían permanecido fieles al mensaje del evangelio, sin alterar su contenido ni abrazar enseñanzas heréticas. Y esto mismo se traduce desde entonces como la obediencia del pueblo de Dios a Su Palabra.
“Y no has negado mi nombre”
Parece que en algún momento los creyentes allí habían sido tentados a negar el nombre de Cristo, pero no habían caído. En relación a esto, los historiadores afirman que la ciudad de Filadelfia había cambiado tres veces de nombre para dar honor a sus distintos benefactores, pero la iglesia se había mantenido fiel al nombre de Cristo. En base a ese dato y al hecho que el imperio otomano se creó en 1299, podemos calcular que la iglesia en Filadelfia sobrevivió por lo menos mil trescientos años; es decir, mucho más tiempo que las otras seis.
Jesucristo está extendiendo Su reino en la tierra.
Él prometió edificar su iglesia, y lo está haciendo. Colaborar con él en esta tarea es la función más honrosa y digna a la que pueden aspirar los humanos. Cumple con ella el varón y la mujer que viven genuina y diariamente el Evangelio ya sea en su hogar, trabajo, estudio, en la calle, sitio de esparcimiento e incluso desde una cama en el hospital.
Cuando esto es hecho por amor al prójimo y para gloria de Dios; como lo hacían los de aquella pequeña iglesia en Filadelfia, el mismo Señor transforma a los pecadores; estos escuchan la voz del Espíritu, quien los convence ‘de pecado, de justicia y de juicio’ 10 para su arrepentimiento y remisión de pecados, con el nuevo nacimiento.
——ooooooo0ooooooo——-
Referencias
1. Solo para alentar una mejor investigación sobre este tema, propongo estos enlaces: https://es.wikipedia.org/wiki/Puerta ; https://www.hispanidad.com/sociedad/agranda-puerta-padre_12030953_102.html ; https://www.poemas-del-alma.com/puertas.htm ; https://www.youtube.com/watch?v=rELbHlEy3ZA
2. Isaías 22:22
3. Juan 10:7,9
4. Apocalipsis 3:7
5. Apocalipsis 3:8
6. 1 Samuel 16:11-13; Mateo 21:9, 15; Hechos 13:22
7. Isaías 7:14; 8:8; Mateo 1:21, 23
8. Hechos 14:27; 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12; Colosenses 4:3
9. Mateo 21:25, 23; Lucas 19:7
10. Juan 16:8