Un estudio de Lucas 5:1-11.
Algunas cosas que pasan en ciertos momentos, de alguna manera nos afectan más que otras.
Cuando se revela, por ejemplo, por primera vez un gran talento artístico como puede ser en un joven músico, todo el mundo se maravilla, pero después de un tiempo parece que uno se acostumbra a que esa habilidad tan inusual es como si fuera lo más natural.
Aquí estamos frente a un milagro que sucede al principio del ministerio del Señor Jesús.
El capítulo 4 de Lucas termina diciendo: “Siendo ya de día, salió y se fue a un lugar desierto, y las multitudes le buscaban. Acudieron a él y le detenían para que no se apartara de ellos. Pero él les dijo: Me es necesario anunciar el evangelio del reino de Dios a otras ciudades también, porque para esto he sido enviado. E iba predicando por las sinagogas de Galilea“(Lc 4:42-44).
Comienza el capítulo 5 diciéndonos: “Aconteció que, mientras las multitudes se agolpaban sobre él y escuchaban la palabra de Dios, Jesús estaba de pie junto al lago de Genesaret”.
¡Qué hermosa habrá sido esa ocasión! Allí, Jesús de Nazaret hablaba la palabra de Dios. Nadie más que él podría anunciarla con perfecta veracidad y claridad. Él es el eterno Hijo de Dios.
El versículo 2 nos dice que “…vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían salido de ellas y estaban lavando sus redes”. Hasta aquí todo parece plena rutina. ¿Qué cosa más común a la orilla del mar de Galilea, que ver pescadores lavando sus redes?
Sin duda que como siempre pasa en estas circunstancias, toda clase de aves del cielo estarían revoloteando alrededor para tratar de comer de los desperdicios de la pesca.
El versículo 3 nos dice: “Al entrar él en una de las barcas, la cual pertenecía a Simón…”. Yo me pregunto: “¿qué fue lo que hizo a Jesús de Nazaret elegir una de las barcas?”. Era la barca de Pedro. Notemos las palabras con cuidado: “pidió a éste que la apartase de tierra un poco. Luego se sentó y enseñaba a las multitudes desde la barca”.
La sencillez y hermosura que nos evoca el relato es increíble. Allí, la multitud a la orilla del mar, más allá los montes de Galilea, y sobre una barca cerca de la ribera el Mesías ha hecho su púlpito, mientras la embarcación es mecida suavemente por las olas.
El versículo 4 nos dice: “Cuando acabó de hablarles, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”.”Boga mar adentro”. Hay que dejar la superficialidad. Hay que ir hacia la profundidad. Creo que el Señor nos está diciendo que mar adentro hay más profundidad.
Versículo 5: “Simón le respondió y dijo: Maestro, toda la noche hemos trabajado duro y no hemos pescado nada. Pero por tu palabra echaré la red”. Vemos aquí la sinceridad de Pedro al decir: “Maestro, toda la noche hemos trabajado”, es como si dijera: “Pero Señor, tú no sabes que ha sido una noche de fracaso”.
Y por supuesto que Jesús de Nazaret lo sabía muy bien. Él lo sabe todo, lo conoce todo. Notamos que ellos no dicen que la pesca fue pobre, sino que fue uno de esos días que no se pescó nada.
Yo creo que Dios permitió el fracaso de esa noche para poder contrastarlo con la bendición que iba a efectuar. Es como cuando el joyero coloca una de sus perlas o diamantes sobre un terciopelo oscuro. Allí resaltan las características de la joya que está enseñando.
Sin embargo, Pedro no se quedó allí. Muchas veces nosotros nos quedamos con la última frase: “No hemos pescado nada y por lo tanto no voy a pescar más”. Pero Pedro tiene uno de esos momentos brillantes y exclama: “Pero por tu palabra echaré la red”.
¡Qué demostración de fe! Es el principio del ministerio, pero lo que él ha visto ya le alcanza para saber que cuando todo lo humano falla, Jesús de Nazaret puede actuar.
Versículos 6 y 7: “Cuando lo hicieron, atraparon una gran cantidad de peces, y sus redes se rompían. Hicieron señas a sus compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles. Ellos vinieron y llenaron ambas barcas, de manera que se hundían”.
Pedro con su gran experiencia de pescador profesional había visto en su oficio días buenos y días malos. Pero nunca había visto algo así. La red estaba por romperse y reventar debido a tantos peces.
¿Por qué Jesús hace este milagro con una pesca tan abundante? En el versículo siguiente nos dice que los barcos se hundían, es decir que estaban cargados rebasando su capacidad. Ahora, creo que aquí hay un detalle importante y precioso: los barcos estaban que se hundían, pero no se hundieron.
Si todo lo que hubieran obtenido fuera una muy buena pesca, quizás el doble de lo que hubiera sido su mejor pesca en sus vidas, entonces podrían haber pensado que había sido la casualidad o que habían tenido la fortuna de dar con un banco de peces ¡todos los peces juntos!
Pero creo que el hecho de que las barcas estaban como que se hundían nos muestra el principio de que el Señor puede llenarnos de bendiciones. El apóstol Pablo lo dice en Fil 4:18-19: “Sin embargo, todo lo he recibido y tengo abundancia”. Y agrega después: “Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad vuestra, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.
Él sabe cuánto podemos tolerar, de la misma manera que sabía cuánto peso las barcas que estaban tan cargadas podían soportar. Esto me trae al corazón las palabras del apóstol e 1 Co 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, quien no os dejará ser tentados más de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para que la podáis resistir”.
¡Qué consuelo y alivio es para nuestras almas el saber que Dios sabe lo que cada uno de nosotros puede resistir!
Versículo 8: “Y Simón Pedro, al verlo, cayó de rodillas ante Jesús exclamando: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!”. Es la primera vez que leemos en este Evangelio que Pedro se arrodilló delante de Jesucristo.
El que no lo haya corregido por haber caído de rodillas ante él implica que Jesucristo aceptó su reverencia y honor, pues así le corresponde como Hijo de Dios que es. De alguna manera Pedro es el primero que reconoce lo increíble de este milagro.
Muy a menudo tenemos la costumbre de criticar algunas de las actitudes de Pedro, pero en esta porción tenemos su obediencia a la palabra del Señor tanto como su reconocimiento de la santidad del Mesías.
Cuando Pedro dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”, no es que Pedro fuera un hombre que viviera en inmoralidad o que practicara vicios escondidos. ¡Nada de esto! Su vida sin duda era la de un honesto israelita que seguía fielmente la ley de Dios.
Pero aquel día Pedro se dio cuenta de que lo que hizo Jesucristo era absolutamente maravilloso. Toda su vida él la había pasado junto al mar de Galilea. Había tenido oportunidad de compartir con sus amigos una buena pesca.
Esta pesca de ese día era absolutamente sin comparación. Cualquier pescador de red sabe que a veces se pesca muchos peces que no se usan, o son muy pequeños. Pero no así cuando el Señor Jesucristo actúa. Aquel día, esos peces eran de primera clase.
Versículos 9 y 10: “Por la pesca que habían logrado, el temor se apoderó de Pedro y de todos los que estaban con él, y de igual manera de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: No temas; de aquí en adelante estarás pescando hombres?”.
De alguna manera los otros reaccionan a los mismos hechos de una manera algo distinta. Ellos están atemorizados, mientras que Pedro tiene una vislumbre de la gloria de la persona de Jesucristo.
Sigamos escuchando al Señor: “No temas; de aquí en adelante estarás pescando hombres”. Pedro había pasado toda la noche sin pescar nada. Quizás habrá pensado: “¡Qué difícil es la vida de un pescador!”. Ahora el Señor Jesús le dice: “No temas”. Miremos el milagro en sí, donde creo que podemos encontrar por lo menos tres puntos a considerar.
1) Dios tiene un lugar especial donde se produce la pesca milagrosa y siempre es más adentro. A la orilla del mar se puede pescar algo pero la pesca sobreabundante está “mar adentro”.
Vivimos en tiempos de superficialidad espiritual. ¿Cuántos de nosotros practicamos el sentido de ese antiguo y hermoso himno medio olvidado por muchos: “Toma un tiempo aparte para ser santo”?
2) En este milagro no se crean peces como en el caso de los milagros de la multiplicación, sino que Dios de alguna manera acumula una gran cantidad de peces en un lugar determinado desde donde son luego tomados por la red.
Nos acordamos de que toda la creación obedece a Dios. Cuando Dios dio la orden, el gran pez que había tragado a Jonás lo regurgitó a la orilla del mar. ¡Qué reconfortante es para nuestros corazones cuando consideramos que toda la creación le alaba y es obediente a él con la única excepción de la raza humana!
3) Ya hemos notado el hecho de que las redes al estar tan llenas estaban a punto de romperse pero no se rompieron, y los barcos que se hundían no se hundieron.
Aunque no lo consideremos como un milagro más, el hecho de que el corazón de Pedro haya cambiado al reconocer la santidad de la persona de Jesucristo es algo también a remarcar.
Versículo 11: “Después de sacar las barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron”. Lo que estos hombres, experimentados pescadores, habían visto, los había convencido de que Jesús de Nazaret era digno de ser seguido dejando todo lo demás atrás.